Esta semana fui al correo con mi pareja y nuestro bebé para entregar el papeleo para su pasaporte. Me alegra informarlos que aceptaron las fotos de pasaporte que le habíamos tomado.
Mientras esperaba mi cita, vi a un hombre en frente de mí con tres cafés con hielo en una charola. Cuando lo llamaron a la ventanilla, preguntó por la mujer con el pelo negro que le había ayudado ayer a tramitar su pasaporte. Había traído estos cafés como símbolo de su agradecimiento.
La empleada que lo estaba ayudando fue a buscar a su colega y esta última parecía estar muy contenta y agradecida por el gesto. Mientras sucedía esta interacción me sentí mitad conmovida, mitad paranoica. Me conmovió ver que este señor hiciera el esfuerzo de regresar con café al otro día para expresar su gratitud. Al mismo tiempo, mi paranoia me hizo pensar que ¿y si el café está envenenado? ¿Me tomaría yo un café de un desconocido? Cosas más raras han pasado en algún lugar en algún momento. Más vale prevenir que lamentar. Mejor cautelosa que muerta.
Me parece que quizás esta paranoia es uno de los efectos secundarios de ser madre. Antes de tener un hijo, veía el mundo con lentes de rosa la mayoría del tiempo. Todo el mundo era bueno, nadie hacía nada malo, pensaba, mientras que ahora, veo amenazas potenciales a mi seguridad y a la de mi familia, incluso en situaciones inocuas.
Le pregunté a mi pareja que si se tomaría un café de un desconocido en una situación similar y concluyó, lógicamente, que ya que la mujer lo había ayudado a tramitar su pasaporte el día anterior, el darle café envenenado significaría ganarse un boleto de lotería cuyo premio sería una cadena perpetua en la cárcel. Por lo tanto, el riesgo era menor en este caso. Menos mal que tengo a alguien en mi vida en quien confío para ayudarme a combatir mi paranoia.
Preguntas de discusión: 1) ¿Alguna vez has notado que tienes algún miedo irracional? 2) ¿Qué puedes hacer para combatir contra estos miedos?
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